sábado, 21 de marzo de 2009

Salido del Infierno

Una verdadera coincidencia, en serio, jamás imaginarías que por azahares del destino te encuentres a tu jefe un día de vacaciones a 200 kilómetros de la oficina. Playa, amo la playa pero no me gusta que el agua me toque y odio con todas las tripas el maldito sol, mi piel se irrita, se ennegrece, malditos negros, lancheros, vendedores de papitas y cocos, vagos, mal nacidos, la playa es casi si perfecta sino fuera por el sol y los negros jodidos que van de aquí para allá de lame botas con los gringos putos, quién los viera tan blanquitos y rubios, se sienten cagados por el mismísimo Señor.

Bueno, les decía, ahí estábamos en el restauran del hotel, nunca me gusta visitar otros restaurantes que queden lejos del que me hospedo, me da pánico porque justo cuando termino de devorar los sagrados alimentos me dan ganas de cagar e inmediatamente subo al cuarto, solo, no necesito a nadie cerca cuando voy al baño, es casi ceremonial el ritual de exorcismo al posarse sobre el retrete, doblar las piernas, inclinar el pecho al frente y pujar para echar pa' fuera al diablo. La puerta al infierno está en culo y de vez en cuando una que otra alma es liberada con un resonante pgrrr!!

La comida de los restaurantes es asquerosa solo como las entradas y los postres. Claudia, mi vieja, cada día más hinchada, "vaya marranito te cargas" decían las caras de los tipos de las otras mesas, y yo odiaba cada vez más a los negros y sus cocos secos y un poco más a los gringos desabridos de rizos rubios. No aguanté y salí directo al baño, mi estomago era una bomba, como si hubiera vida más allá de las tripas, "es el diablo" pensé mientras tomaba el ascensor a pesar de odiarlos, nunca me ha gustado encerrarme en un espacio tan reducido con desconocidos, huelen mal, hacen esos ruidos desquiciantes con los dientes, todos se miran dentro del ascensor, si estás al frente los de atrás de seguro revisan centímetro a centímetro como vistes, tu talla, tu olores, tu postura, tus nervios, son un montón de sucias ratas encerradas.

Por suerte el ascensor fue solo para mí hasta mi piso, aseguré la puerta para que nadie molestara mientras sacaba al chamuco del purgatorio. Cuando regrese por Claudia al restaurante, tenia miedo, en serio, esa pinche gorda podría comerse hasta los camareros si no hay alguien que la mantenga bajo control y yo sé como hacerlo. Esta vez decidí por las escaleras y fue ahí donde sucedió la aparición; el bastardo hijo de puta de mi jefe del brazo de su anoréxica mujer y el par de gremlins que tiene por hijos. Yo esperaba estrecharle la mano, no me gusta ser descortés, el infeliz apenas y levantó la mano, como si yo fuera un maldito extraterrestre y asintió con la cabeza, odio cuando hacen eso, vamos me dan asco las manos ajenas, tocarlos me da miedo, nunca sabes que tocaron antes de estrecharte la mano, podrían haberse estado masturbando y después como si nada te dan la mano, malditos cerdos, y la pinche flaca de su señora ni siquiera se tomó la molestia de mirarme. Seguí de largo frustrado como una perro que no pudo aparearse con el sofá.

Cuando llegue la gorda ya no estaba, pregunte al capitán, "firmó la cuenta y se fue", maldita sea y yo que no quería salir a esas horas al puto sol, seguramente se exhibía como cetáceo en el mar de Cortés, de aquí para allá con su sombrero de paja y su vestido amarillochingamelaretina y por si fuera poco con unos guaraches de suela de llanta, que visión por Dios, "no la regresen al mar que esa es mía" pensé.

Pasé dos horas bajo el sol y no la encontré me sentí emputado como nunca, pinche gorda me había dejado la infeliz. Debía de andar por ahí comprando a las marías de la Plaza o los estúpidos negros mal nacidos vendecocos. Me regrese al hotel echando madres, mirando como los niños corrían tras sus pelotas y le suplique a Dios que se rompieran la cara, las piernas o los brazos pero ese día no se pudo, Dios debió estar más de hueva que yo.

Cuando regrese al hotel todos me miraban y reían, se que me miraban sin necesidad de mirarlos sentía sus miradas cono agujas que me atravesaban la cara enrojecida y quemada por el sol. Subí al cuarto por las escaleras, "debió ser mi paranoia" lo repetía maquinalmente como para convencerme y no seguir emputandome, porque emputado soy capaz de matar a cualquier cristiano, en serio, una vez llegue aquel barecito a esperar a Gissele, todavía la amo muy pesar que su madre la mandara con sus tías al norte y que su padre me demandara por violación, Gissele nunca llegó y yo perdí el control sobre las bebidas y terminé bien pedo, pero eso no me detuvo cuando un hijo de la chingada justo cuando salía dijo entre una carcajada hueca y larga "ese pendejo ya se mió", tenia razón me oriné en los calzones pero no había necesidad de hacerlo publico, la peda se me bajó de a madrazo y el puto no supo como ni cuando le metí tantos putazos en la jeta que terminó hinchado y negro, odio a los negros, malditos negros.

En el pasillo rumbo a mi cuarto me encontré de nuevo al maricón de mi jefe y su popotitos que tiene por vieja con sus grandes risas y sus malditos dientes pulidos, se acercó a mí sin poderse contener de la risa y casi gritos decía "Oye Manuelito..", odio que me digan Manuelito así que me empute más y cada vez me echaba más cerca su aliento pesado en la cara, y decía "Oye Manuelito ya viste a la Gorda de amarillo que llegó revolcada, dicen que la querían devolver al mar"... no supe ni como pero mi brazo salió impulsado por un cabrón enfurecimiento y terminó reventándole la boca al jefe, me miró asustado mientras se sentía la dentadura, seguro que contaba sus dientes, algo iba decir cuando mi pie fue a enterrarse en sus bolas, se partió como árbol serrado, su esquelética mujer gritaba, pedía ayuda, suplicaba al Dios huevón que no quiso quebrar niños en la playa, no la oyó. Lo agarre por el cuello y le seguí madreando la cara, hasta que me empezaron a sangrarme los nudillos, cuando saqué la mano de debajo de su papada me había llenado de babas y se hizo acreedor a un par de puntapiés en las costillas mientras caía en el suelo con la cara echa un caldo. "A la gorda solo yo le digo gorda" dije entre dientes mientras me sacudía la camisa.

Cuando entre al cuarto la gorda estaba en el baño. Dijo que había ido a la playa, quería ver al mar de cerca pero la arrastró una ola, pobre, se imaginan una masa de 100 kilos a la deriva, que show señor, que show. Vinieron y tocaron la puerta; "Señor necesitamos que nos abra la puerta", eran los malditos azules, seguramente la desgraciada aquella les había avisado, "Señor abra ahora mismo ó tendremos que hacerlo nosotros", ¡Putos! grité y saqué a la gorda del baño, mi lugar sagrado, entraron, llegaron hasta el baño, recibí al primero con el puño, que mala suerte, le di al pobre cabrón del servicio que acompaña a la oficiales, eran dos negros, altos y armados, malditos negros, los odio. No tuve más remedio que bajar las manos, pegar los ojos la suelo mientras me esposaban, me subieron a una patrulla. Ya comenzaba a oscurecer.

Nunca me había detenido la policía, ni siquiera aquella ocasión que la partí la madre al pendejo del bar, esa vez salí corriendo y no me detuve hasta llegar a casa, nunca me volví a parar por aquel rumbo. Esta vez no puede correr necesitaba saber que mi Gorda estaba bien. Sentí miedo. Creí oportuno rezar algo, alguna oración pero no me sé ninguna, no tenía cabeza para eso, estaba demasiado ocupado eligiendo a cual pinche oficial joderme primero.

1 comentarios:

Jesús Eder dijo...

Lo más escalofriante de tu historia, es pensar en la posibilidad de salir de vacaciones, y encontrarte al jefe.